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jueves, 24 de diciembre de 2015
escribe Javier Antonio Vivas Santana / Aporrea
Javier Antonio Vivas Santana / Aporrea
Luego de los resultados de las elecciones parlamentarias de 2015, los cuales otorgaron a la bancada opositora 112 escaños; verbigracia, las dos terceras partes que conforman el total de 167 diputados de la Asamblea Nacional, es evidente que la otra parte, integrada por el llamado Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) con 55 diputados, debe prepararse para aceptar su nueva realidad en el escenario político venezolano, precisamente, por voluntad del pueblo.
Quizás el principal problema que tiene la cúpula de la organización oficialista, ahora convertida en minoría para el período del Poder Legislativo 2016 – 2021 es que el significado de la palabra "pueblo" sólo les pertenece para una especie de usufructo personal. Han hecho de tal semántica una plusvalía de franquicia partidista, muy apartada de los valores, principios y preceptos que señalan al pueblo como el ejecutante del máximo ejercicio del poder, quien a través del voto, decide a sus representantes en los distintos cargos de elección popular; aunque debemos advertir, que estas elecciones tuvieron una condición plebiscitaria debido al rechazo que ha venido acumulando el jefe del Estado.
¡Claro! No faltará quienes vengan a decir que ese es el típico concepto de aquella democracia representativa de la llamada cuarta república, y que ahora desde la promulgación de la Constitución de 1999, existe una democracia "participativa y protagónica". Ante tal disyuntiva, nos preguntamos: ¿Y qué es la democracia participativa y protagónica? ¿Será acaso aferrarme desde cualquier posición de poder, alegando que ese "pueblo" está "equivocado" cuando no me favorece con su voto, y en consecuencia, cual absolutista de una cúpula política, exigirle a ese pueblo que digo "representar" una conducta que favorezca mis intereses, bajo el mampuesto que esos serían los "intereses de la patria"?
Y cuándo el pueblo, en el ejercicio de los derechos que le otorga el ordenamiento jurídico, exige a sus gobernantes en sus diferentes comunidades el cumplimiento de servicios básicos esenciales (agua, luz, transporte, entre otros), así como educación, salud, estabilidad de la economía, producción nacional, seguridad personal, y en contrario, sólo percibe y recibe de éstos ineptitud e ineficacia en la solución de sus problemas, aunado con signos evidentes de arrogancia, soberbia, nepotismo y corrupción ¿Ante qué estamos? ¿Ejercicio de democracia participativa y protagónica o "desestabilización" de grupos quienes desean a ultranza tomar el poder?
Sobre lo que ha vivido Venezuela, desde la llegada de Maduro a la presidencia de la República, se resume en una prosopagnosia [1] que le impide ver en su concepción unitaria del pensar que el pueblo es la suma de una diversidad de pensamientos, conductas, pasiones, emociones y sentimientos, cuya praxis del voto, más allá de supuestas campañas mediáticas, a la final es la inteligencia del ser, y en este caso de los venezolanos, lo que prevalece sobre sus propias decisiones como pueblo.
Mientras Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y toda la cúpula del PSUV, no sólo se aferren con sus cargos en tal organización política, sino que mantengan el discurso de "guerra económica", "traición", o cualquier otro subterfugio o remoquete para justificar la derrota que el propio pueblo les ha infringido, como producto de tener que enfrentar una inflación de tres dígitos, la caída general de la economía, la desesperación por no encontrar alimentos y medicinas, y en consecuencia, tales "líderes" no asuman sus responsabilidades ante el país por los errores cometidos, no será difícil sintetizar la parte final de esta historia con la frase: El gobierno de Maduro tiene los días contados. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.