lunes, 3 de octubre de 2011

El origen de algunos de los refranes mas conocidos

Meterse en camisa de once varas

La locución tuvo su origen en el ritual de adopción de un niño, en la Edad Media. El padre adoptante debía meter al niño adoptado dentro de una manga muy holgada de una camisa de gran tamaño tejida. Sacando al pequeño por el cuello de la prenda. Una vez recuperado el niño, el padre le daba un fuerte beso en la frente como prueba de su paternidad. La vara (835,9 mm) era una barra de madera o metal que servía para medir cualquier cosa y la alusión a las once varas es para exagerar la dimensión de la camisa que, si bien era grande, no podía medir tanto como once varas (serían más de nueve metros). Sin embargo la expresión de exageración del tamaño de la camisa como algo positivo para exagerar el "amor del padre" hoy por hoy la expresión "meterse en camisa de once varas" se aplica para advertir sobre la inconveniencia de complicarse innecesariamente la vida, con exageraciones negativas.

Poner en tela de juicio

En el antiguo Derecho Procesal, poner en tela de juicios significaba que un caso estaba pendiente de averiguaciones previas para formar un asunto o resolverlo. En la expresión, la voz latina "tela" que significaba barrera, se usa con el significado de palestra, lugar cerrado para celebrar en él debates o discusiones. Dicho esto, la expresión "poner en tela de juicio", se dice cuando tenemos dudas acerca de la certeza, legalidad o éxito de una cosa

Poner las manos en el fuego

La procedencia de este dicho, que se utiliza para manifestar el respaldo total a alguien o algo, se remonta a la época en la que se practicaba el llamado juicio de Dios. También conocida como Ordalía, ésta era una institución jurídica que dictaminaba, atendiendo a supuestos mandatos divinos, la inocencia o culpabilidad de una persona o una cosa, acusadas de quebrantar las normas establecidad o cometer un pecado. Esta costumbre pagana se ejecutaba de formas muy diversas. No obstante, casi todas consistían en pruebas de fuego (sujetar hierros candentes, introducir las manos en la lumbre); si la persona salía de la prueba con pocas quemaduras, significaba que Dios la consideraba inocente y, por lo tanto, no tenía que recibir ningún castigo.

Ser chivo expiatorio

Este dicho proviene de una práctica ritual de los antiguos judíos, por la que el Gran Sacerdote, purificado y vestido de blanco para la celebración del Día de la Expiación ("purificación de las culpas por medio de un sacrificio") elegía dos machos cabríos, echaba a suerte el sacrificio de uno, en nombre del pueblo de Israel y ponía las manos sobre la cabeza del animal elegido -llamado el Azazel- al que se le imputaban todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita. Luego de esta ceremonia, el macho sobreviviente era devuelto al campo por un acólito y abandonado a su suerte, en el valle de Tofet, donde la gente lo perseguía entre gritos, insultos y pedradas. Por extensión, la expresión "ser el chivo expiatorio" adquirió entre nosotros el valor de hacer caer una culpa colectiva sobre alguien en particular, aun cuando no siempre éste haya sido el responsable de tal falta.

 

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