Falleció a los 103 años de edad. Como promotora cultural, activista política, periodista y diputada, fue una mujer crucial para la construcción de Venezuela
La cultura venezolana perdió ayer 21 de junio de 2012, uno de sus pilares fundacionales. María Teresa Castillo falleció a los 103 años de edad, después de una vida consagrada al servicio de la nación.
Sólo su trabajo en el Ateneo de Caracas, institución de la cual fue presidenta vitalicia, hubiera bastado para escribir su nombre en la historia nacional. Pero esta mujer fue más que una gestora cultural de calidad. Destacó como activista política, periodista y diputada. Y su influencia en la construcción de la República fue crucial.
Castillo se convirtió en la consciencia del país porque sus ojos vieron lo mejor y lo peor del siglo XX. Y su voz siempre sonó fuerte cuando se trataba de condenar atropellos a los derechos humanos. Quizá esto se deba a que nació en una hacienda de Cúa, estado Miranda, llamada Bagre, el 15 de octubre de 1908, el mismo año en que comenzó la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Sus pasos por la política pueden rastrearse hasta la Generación del 28. En la década de los años treinta formó parte del Grupo Cero Teoréticos y de Orbe. Y fue pionera del movimiento de igualdad de géneros. Si hoy una mujer firma esta nota es porque otras del talante de Castillo fundaron hace más de noventa años la Agrupación Cultural Femenina, organización cuyo objetivo era velar elevar por el nivel cultural de la mujer venezolana.
Esa misma vena política la llevó a lo largo de su vida a formar parte de numerosos comités por los derechos humanos y a presentar su candidatura para diputada en 1989. Ya en el Congreso se convirtió en la primera presidenta de la Comisión Permanente de Cultura y en miembro de la Comisión de Desarrollo Regional.
En 1958 contrajo matrimonio con el escritor y periodista Miguel Otero Silva, constituyéndose en la pareja intelectual más importante del siglo XX venezolano, no sólo por su aporte artístico al país, sino también por la proyección que ambos dieron a la cultura nacional a través de sus amistades eruditas en todas partes del mundo. Estas relaciones fueron de hermandad en los casos de Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias y Plinio Apuleyo Mendoza, entre otras muchas plumas fundamentales de la tradición literaria latinoamericana.
Castillo fue más allá de su papel de esposa y madre –tuvo dos hijos, Miguel Henrique y Mariana–. Desde que se graduó en la primera promoción de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, no se apartó del acontecer noticioso del país.
Pero en la promoción cultural halló su vocación más profunda. Desde 1958 presidió el Ateneo de Caracas, su gran pasión. También impulsó la Federación de Ateneos, con el fin de llevar la cultura a cada rincón del país. Su cercanía a las tablas la llevó a la presidencia del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit) y a formar parte de los consejos directivos del Teatro Teresa Carreño y del Museo de Bellas Artes.
Entre las múltiples condecoraciones que recibió están el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional Abierta, las medallas Francisco de Miranda y Andrés Bello en primera clase y la Luisa Cáceres de Arismendi en su única clase, además del Honor al Mérito Teresa Carreño. En España le otorgaron la Orden Lazo Isabel La Cató1ica y en Cuba la medalla Alejo Carpentier; así como la de educación en Chile. El Ministerio de la Cultura y de la Comunicación de Francia le confirió la Orden de las Artes y de las Letras.
Con la muerte de María Teresa Castillo se cierra un capítulo fundamental de la historia del país, pero queda el legado de una gran dama de la cultura venezolana como un ejemplo para sus habitantes.
Sólo su trabajo en el Ateneo de Caracas, institución de la cual fue presidenta vitalicia, hubiera bastado para escribir su nombre en la historia nacional. Pero esta mujer fue más que una gestora cultural de calidad. Destacó como activista política, periodista y diputada. Y su influencia en la construcción de la República fue crucial.
Castillo se convirtió en la consciencia del país porque sus ojos vieron lo mejor y lo peor del siglo XX. Y su voz siempre sonó fuerte cuando se trataba de condenar atropellos a los derechos humanos. Quizá esto se deba a que nació en una hacienda de Cúa, estado Miranda, llamada Bagre, el 15 de octubre de 1908, el mismo año en que comenzó la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Sus pasos por la política pueden rastrearse hasta la Generación del 28. En la década de los años treinta formó parte del Grupo Cero Teoréticos y de Orbe. Y fue pionera del movimiento de igualdad de géneros. Si hoy una mujer firma esta nota es porque otras del talante de Castillo fundaron hace más de noventa años la Agrupación Cultural Femenina, organización cuyo objetivo era velar elevar por el nivel cultural de la mujer venezolana.
Esa misma vena política la llevó a lo largo de su vida a formar parte de numerosos comités por los derechos humanos y a presentar su candidatura para diputada en 1989. Ya en el Congreso se convirtió en la primera presidenta de la Comisión Permanente de Cultura y en miembro de la Comisión de Desarrollo Regional.
En 1958 contrajo matrimonio con el escritor y periodista Miguel Otero Silva, constituyéndose en la pareja intelectual más importante del siglo XX venezolano, no sólo por su aporte artístico al país, sino también por la proyección que ambos dieron a la cultura nacional a través de sus amistades eruditas en todas partes del mundo. Estas relaciones fueron de hermandad en los casos de Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias y Plinio Apuleyo Mendoza, entre otras muchas plumas fundamentales de la tradición literaria latinoamericana.
Castillo fue más allá de su papel de esposa y madre –tuvo dos hijos, Miguel Henrique y Mariana–. Desde que se graduó en la primera promoción de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, no se apartó del acontecer noticioso del país.
Pero en la promoción cultural halló su vocación más profunda. Desde 1958 presidió el Ateneo de Caracas, su gran pasión. También impulsó la Federación de Ateneos, con el fin de llevar la cultura a cada rincón del país. Su cercanía a las tablas la llevó a la presidencia del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit) y a formar parte de los consejos directivos del Teatro Teresa Carreño y del Museo de Bellas Artes.
Entre las múltiples condecoraciones que recibió están el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional Abierta, las medallas Francisco de Miranda y Andrés Bello en primera clase y la Luisa Cáceres de Arismendi en su única clase, además del Honor al Mérito Teresa Carreño. En España le otorgaron la Orden Lazo Isabel La Cató1ica y en Cuba la medalla Alejo Carpentier; así como la de educación en Chile. El Ministerio de la Cultura y de la Comunicación de Francia le confirió la Orden de las Artes y de las Letras.
Con la muerte de María Teresa Castillo se cierra un capítulo fundamental de la historia del país, pero queda el legado de una gran dama de la cultura venezolana como un ejemplo para sus habitantes.
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