Por qué no aprovechó sus notables cualidades y, sobre todo, los ingresos petroleros más espectaculares de la historia venezolana para cubrirse de gloria como un héroe?. Simple: tenía la cabeza saturada de malísimas ideas.

El despilfarro de una vida.

NO ES LO QUE HIZO, SINO LO QUE PUDO HABER HECHO...

 

LLEGÓ EMOCIONADO a la oficina. Estaba feliz, encantado. El dibujo de su sonrisa le mordía las orejas. Fue en 1998. No recuerdo el mes. Mi amigo, conocido periodista y reportero de uno de los canales de TV más importantes de Venezuela, venía de entrevistar al entonces candidato Hugo Chávez. Había vuelto aquel teniente coronel del Ejército que, en 1992, intentara tomar el poder por la fuerza de un golpe finalmente fallido. Pasado un corto periodo tras barrotes, estaba decidido a sentarse a toda costa en la silla grande de Miraflores.
Chávez subía en las encuestas como la espuma, alejándose de sus contendores. Una fue Irene Sáez, guapísima ex Miss Universo cuyo paso por la administración del municipio capitalino de Chacao la hizo merecedora de gran consideración. Una pena que su foto oficial no haya iluminado bellamente las dependencias estatales. Al término, Henrique Salas Römer, un político respetable de gestión regional exitosa, no consiguió derrotarlo.
"Es un encantador de serpientes", dijo mi amigo en tono nada despectivo, quizás hasta complaciente. "5 minutos más y me convence… es muy simpático y cercano", agregó con cara delatora. Creo que no necesitó sobreexposición para quedar prendado de la personalidad seductora del militar devenido en político.
Chávez fue un hombre encantador, avasallador, sorpresivo y sorprendente en muchos sentidos. Un titular de la prensa alemana que debo conservar extraviado, por ahí, entre papeles amarillentos, lo definió como un huracán (Orkan Chávez). Para muchos, acaso demasiado sensibles  a la retórica populista o políticamente vulnerables, Chávez fue "el hombre".
Recordado en el ejército por su afición al béisbol, por su verbo hábil y por su silueta delgada de grandes pies – le apodaban Tribilín -, a Hugo Chávez no le faltaron muchos atributos para movilizar a las masas y poner en marcha un proyecto nacional e internacional de ambiciones faraónicas y bolivarianas. Tenía olfato, buen ojo y mejor lengua, además de una resistencia maratónica para hablar y hablar por horas. Era gracioso y podía caer simpatiquísimo, al menos cuando no espetaba odiosidades insoportables o se ponía soez e irrespetuoso, como solía ser la mayor parte del tiempo. Lo imaginé como animador de televisión.
Chávez hizo sentir a muchos de sus seguidores auténticamente representados. "Es como si mi hijo hubiera ganado la presidencia", fueron más o menos las palabras de una humilde señora que festejaba el triunfo electoral del revolucionario a fines de 1998. El Comandante, también, tenía una voluntad obsesiva y una fe extraordinaria en su proyecto, en sus ideas. Y seguramente la tenía en sí mismo. Era firme, decidido, de avance terco y convicciones fuertes. Se envalentonaba con el poder bien sujeto entre las manos, pero tendía, sospecho, a acobardarse cuando no estaba en posición dominante. No era excepcionalmente valiente… puede que no lo haya sido en lo absoluto. No era Winston Churchill ni Margaret Thatcher. Me atrevo a jurar que líderes como Álvaro Uribe le intimidaban y reducían fácilmente hasta la vergüenza. Y se me antoja que Su Majestad el Rey Juan Carlos lo espantó cuando le mandó a cerrar la boca. Dicen las malas lenguas que se escondió muerto de miedo en el Museo Militar de Caracas cuando vio las cosas color de hormiga en 1992, en el calor de la intentona golpista contra el presidente Pérez. De allí el burlesco apodo de "El Héroe del Museo Militar". Pero, en fin, no sé… probablemente tenía las agallas inflamadas para otras cosas. O son puras tonterías.
Chávez tuvo características personales excepcionales y ausentes en tantos líderes. Pero veo el estado actual de Venezuela - enfermo, calamitoso, ruinoso, pobre y pasmosamente feo – y me pregunto por qué no aprovechó sus notables cualidades y, sobre todo, los ingresos petroleros más espectaculares de la historia venezolana para cubrirse de gloria como un héroe. Simple: tenía la cabeza saturada de malísimas ideas. La sensatez y la responsabilidad no cabían en su traviesa mente. Vivió y gobernó minuciosamente equivocado en todo. Su proyecto socialista era – y es – un disparate intragable. Ha sobrevivido a duras penas porque los billetes en abundancia consiguen, a veces, si no disimular, sí sostener por buen tiempo hasta el armatoste político más desastroso. 
Me hubiese gustado preguntarle en sus últimos momentos de conciencia y lucidez si se sentía victorioso o fracasado. Porque, para mí, perdió sin remedio. Despilfarró sus atributos y se los entregó a las peores ocurrencias ideológicas. Veinticuatro horas en Venezuela bastan para comprobarlo.
Los líderes no son buenos ni admirables simplemente por sus convicciones, por su dedicación a ellas o por sus dotes de seducción. Las grandes hazañas políticas de la historia, las que han llevado a sociedades enteras al desarrollo y a la prosperidad, cuando han dependido en buena medida de un hombre o de una mujer - o de un grupo – se han realizado gracias a buenas ideas, a la cordura, a la responsabilidad, a mucho trabajo y a proyectos políticos sensatos. Las naciones más exitosas se deben a las ideas de libertad: a la economía libre, a las libertades personales, al orden, a la disciplina al respeto, al emprendimiento, a la creatividad, a la innovación.
Chávez pasará a la historia como un mal rato o, en el mejor de los casos, como un mito; lo elevarán embalsamado a santo secular de la izquierda.
Creo que dejó este mundo convencido de que su legado ha ser abrazado incondicionalmente y su proyecto continuado.
Si así fue, erró hasta en el último de sus suspiros y fue testarudo hasta que la muerte se lo llevó para siempre.

Rafael Rincón – Urdaneta Zerpa | @raeq_raeq

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