Opinión
Antonio Sánchez García
ND
Cuba, la triste y desventurada historia de nuestra tragedia
1
"Es una verdad incontrovertible que el triunfo de la revolución castrista ha sido, y es todavía, el más trágico acontecimiento de la historia de Cuba." No lo dijo cualquier hijo de vecino. Lo dijo Carlos Franqui, el más importante de los intelectuales que acompañaron a Fidel Castro desde los tiempos de la Sierra Maestra, en donde montó y dirigió Radio Rebelde, la primera voz de las guerrillas que se harían con el control de la sociedad cubana para instaurar la más atroz y horrenda de las tiranías, aquella que dejó corto el pavoroso pronóstico del cuñado de Fidel Castro, Rafael Díaz-Balart, que conociendo al personaje que se casara con su hermana Mirtha y con quien recorriera todos los Estados Unidos se negó de plano a aprobar en el parlamento cubano la ley de amnistía contra el cerebro ductor del asalto al Cuartel Moncada con las siguientes palabras premonitorias: "Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñará al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años."
Dentro de unos pocos meses la profecía del doctor Rafael Díaz-Balart cumplirá sesenta años, tres veces la magnitud temporal que a él, por aquellas fechas de intensa guerra fría, le parecía el desiderátum de una tiranía totalitaria. Hacía un par de años se había puesto fin a la Guerra de Corea y cinco años habían transcurrido desde el triunfo de la revolución china. Se desataba el paréntesis abierto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y todo hacía presagiar una era de conflictos globales sin precedentes, limitada en un extremos por guerras acotadas, territoriales – como las de Corea y Vietnam -, y en el otro extremo por la amenaza de un apocalipsis nuclear. Se vivieron 11 presidencias norteamericanas, siete Pontífices y toda la historia de la democracia venezolana, incluidos quince años de su devastación. Y lo trágico, lo irreparable, lo verdaderamente aterrador ha sido constatar que en esos sesenta años que vieran el más gigantesco despliegue de las fuerzas productivas de la historia de la humanidad, del desarrollo tecnológico, del dominio mediático del planeta y el exitoso inicio de la conquista del espacio, la bárbara tiranía establecida por el caudillo más devastador que haya visto este hemisferio, cualitativamente tan bárbaro, inescrupuloso y genocida como Adolf Hitler o Josef Stalin, no encontrara una auténtica, masiva y poderosa resistencia de un pueblo que no sólo se doblegó y se puso de rodillas, sino que lo ovacionó, lo veneró, lo santificó y lo elevó a las altares del heroísmo y al santuario de la historia de Cuba, de América Latina, del hemisferio y posiblemente del planeta.
Lo aterrador ha sido el ominoso y humillante silencio con que el pueblo cubano se rindiera a los pies de la barbarie sin decir esta boca es mía. Así la brutal represión policiaca del Estado totalitario coartara toda expresión de disidencia y castigara incluso con la muerte a quien osara levantar la voz. Como ominosa ha sido la comparsa de complicidad, de alcahuetería y connivencia con que las élites políticas, intelectuales y empresariales del Hemisferio le rindieran pleitesía al tirano.
2
"El estilo es el hombre" – afirmó Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, el enciclopedista francés. Y así suene desconsiderado con un pueblo que puede preciarse de no pocos logros en el mundo de las letras y las artes, si bien su reconocimiento universal corre a cargo de la guaracha, la rumba y el danzón, lo cierto es que el lenguaje popular cubano ha acuñado un término que debe ser seriamente considerado por especialistas en antropología cultural como espejo de conciencias. Y que se me perdone la desconsideración, pero a fin de dar con el meollo de mi argumentación me veo en la obligación de mencionarlo: "comer m...".
Ninguna definición puede explicar de manera más cabal el ominoso sometimiento del pueblo cubano que no quiso, no pudo o no tuvo los medios como para enfrentarse a la tiranía salvo, precisamente, la que expresa esa capacidad sobrenatural de los cubanos para tolerar lo intolerable, hacerse cómplices de lo repudiable, compartir lo execrable y llevar a cabo la sistemática demolición de lo mejor de su propia historia, de su propia sociedad y de su propia cultura. Dando incluso su sangre en aventuras al servicio de la megalomanía inconmensurable de su Tótem, montado en las cumbres de la adoración sobre una montaña de cadáveres.
Ese es un capítulo digno de un análisis antropológico cultural, como aquellos de los que era capaz el más grande de los antropólogos cubanos, Fernando Ortiz. Pues sus determinaciones ontológico estructurales trascienden el ámbito estrictamente político para adentrarse en el laberinto de la pervertida alma de la afrocubanía. ¿Por qué un pueblo capaz de magníficas expresiones de integridad moral y sacrificios sin par, como aquellas de las que hiciera gala un cubano de inmensa grandeza, como Huber Matos, en la mejor tradición martiana, puede haberse rebajado a lamer las suelas de un personaje más cercano a la brujería, el caudillaje y la barbarie africanas como Fidel Castro, incólume en su homicida crueldad? Provoca establecer paralelos con la extraordinaria novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. Y Kurz, el personaje que se adentra en el corazón del Congo para instaurar su reinado de vasallaje, canibalismo y barbarie.
Capítulo aparte merece la connivencia de las élites políticas hemisféricas de toda suerte y condición con la tiranía castrista, sus usos, abusos y prácticas violatorias de los derechos humanos. A dicha connivencia se refirió en un extraordinario artículo la socióloga venezolana Elisabeth Burgos al definir el comportamiento de la dirigencia política latinoamericana como absolutamente obsecuente con la dictadura castrista, élite a la que caracterizó como "rehén del castrismo". De reformistas de izquierda a conservadores ultramontanos y de socialdemócratas a socialcristianos dichos "rehenes del castrismo" evaden toda mención crítica a la tiranía cubana y sus adláteres, pero se lanzan como perros de presa al ataque frente a dictaduras de derecha. Bien podrían ellas reivindicar el dictum originario, según dicen, de Roosevelt, quien al defender al impresentable dictador nicaragüense Anastasio Somoza habría dicho: "ciertamente es un hijo de p..., pero es 'nuestro' hijo de p...".
3
El sátrapa venezolano impuesto por los Castro en el lecho mortuorio de Hugo Chávez pasará a la historia por haber protagonizado el capítulo más ominoso, patético y lamentable de nuestra historia contemporánea: sirviendo servilmente a la tiranía cubana y sintiéndose guapo y apoyado por el averiado portaviones castrista creyó que el destino le enviaba un salvavidas en el último minuto, estando a punto de naufragio para que se aferrara al tablón del antiimperialismo yanqui. Se habrá dicho: si Fidel aguantó medio siglo aferrado a la boya del antiimperialismo, yo, que estoy haciendo aguas hasta por las orejas, seguiré sus pasos. Llamaré a Raúl, le pediré algunos consejos de cómo darle en la mera madre a los yanquis, me pondré en contacto inmediato con mis colectivos, sacaré a mis huestes a la calle, pondré a bramar a Caracas y de ese segundo aire viviré hasta diciembre del 2019.
Cuando el intento por movilizar a sus masas de respaldo capotaba estrepitosamente y un puñado de funcionarios públicos iban a pasar lista a la Avenida Bolívar, para salir de inmediato a vaciar los negocios circundantes donde se rumoreaba que había leche en polvo y harina pan, el personaje político más desprestigiado del país hacía acto de presencia en la desangelada tarima: José Vicente Rangel, símbolo del antiimperialismo norteamericano. Abundan los libros en donde se cuenta de su mal habida fortuna, sus carros de lujo, sus mansiones y sus cuentas bancarias en Los Estados Unidos.
Pero nada de toda esa farsa de mala muerte hacía presumir que, desde hacía meses, si no años, Obama y Raúl Castro afinaban los últimos detalles para ponerle fin a la estúpida comedia del odio recíproco alimentado por el satánico Fidel Castro para aguantarse en el macho hundiendo a la Isla en la más abyecta de las cloacas de su historia. Una cloaca con epidemia de ceguera, miles de balseros devorados por tiburones, hambre al por mayor, presos untados en excremento, miles de guerrilleros asesinados en el continente y ese mismo tiempo de tiranía perdido por generaciones y generaciones de latinoamericanos. Una historia de penurias, fracasos y desgracias.
A la vejez, viruela. Cuando Cuba colgaba de los mocos de ese par de decrépitos ancianos y necesitaba con urgencia sacar la cabeza del pestilente pantano de la miseria y el hambre en que la hundiera el fin del financiamiento de la Unión Soviética y pedirle auxilio con urgencia a los Estados Unidos, un verborreico y delirante llanero venezolano – de esos lenguaraces y funambulescos que plagan la historia del folklore venezolano – vino a tirarles la soga del petróleo y a mantenerlos a flote. Hasta que, extraviado, terminó muerto en brazos de nadie. Que ni Fidel ni Raúl son compasivos como para calarse a un moribundo que se llevaba consigo la clave de la riqueza: su lengua.
Muy pocos entendieron que la muerte de Chávez anunciaba responsos para la agónica revolución cubana. Pues el sujeto que él y sus padrastros pusieron en su lugar no daba la talla. Hundiría en la ruina al país más rico de la región, dependería de las instrucciones habaneras hasta para ir a desaguarse a las letrinas de PDVSA y muy pronto se desmoronaría como cuenta la leyenda judía que se desmoronó el Golem, un siervo hecho de barro que al volverse arena aplastó a los estúpidos que lo habían amasado.
Muerto Chávez, su vacío llenado con ese fantasmón torpe e inútil que duerme en Miraflores, el petróleo por los suelos y el hambre en los talones, los Castro hicieron lo que buscaban desesperadamente: entenderse con los demócratas antes que llegaran los republicanos y arriar sus banderas. Por fin se rindieron. Y mandaron al hemipléjico de bigotes a los quintos infiernos. Más no se puede pedir. Ahora, la tarea es nuestra. Terminar de aventarlo de una buenas vez y volver a ser la República que un día fuéramos. Gracias Obama, Bye bye, Raúl. Nos vemos en democracia.
@sangarccs
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Antonio Sánchez García
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Cuba, la triste y desventurada historia de nuestra tragedia
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"Es una verdad incontrovertible que el triunfo de la revolución castrista ha sido, y es todavía, el más trágico acontecimiento de la historia de Cuba." No lo dijo cualquier hijo de vecino. Lo dijo Carlos Franqui, el más importante de los intelectuales que acompañaron a Fidel Castro desde los tiempos de la Sierra Maestra, en donde montó y dirigió Radio Rebelde, la primera voz de las guerrillas que se harían con el control de la sociedad cubana para instaurar la más atroz y horrenda de las tiranías, aquella que dejó corto el pavoroso pronóstico del cuñado de Fidel Castro, Rafael Díaz-Balart, que conociendo al personaje que se casara con su hermana Mirtha y con quien recorriera todos los Estados Unidos se negó de plano a aprobar en el parlamento cubano la ley de amnistía contra el cerebro ductor del asalto al Cuartel Moncada con las siguientes palabras premonitorias: "Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñará al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años."
Dentro de unos pocos meses la profecía del doctor Rafael Díaz-Balart cumplirá sesenta años, tres veces la magnitud temporal que a él, por aquellas fechas de intensa guerra fría, le parecía el desiderátum de una tiranía totalitaria. Hacía un par de años se había puesto fin a la Guerra de Corea y cinco años habían transcurrido desde el triunfo de la revolución china. Se desataba el paréntesis abierto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y todo hacía presagiar una era de conflictos globales sin precedentes, limitada en un extremos por guerras acotadas, territoriales – como las de Corea y Vietnam -, y en el otro extremo por la amenaza de un apocalipsis nuclear. Se vivieron 11 presidencias norteamericanas, siete Pontífices y toda la historia de la democracia venezolana, incluidos quince años de su devastación. Y lo trágico, lo irreparable, lo verdaderamente aterrador ha sido constatar que en esos sesenta años que vieran el más gigantesco despliegue de las fuerzas productivas de la historia de la humanidad, del desarrollo tecnológico, del dominio mediático del planeta y el exitoso inicio de la conquista del espacio, la bárbara tiranía establecida por el caudillo más devastador que haya visto este hemisferio, cualitativamente tan bárbaro, inescrupuloso y genocida como Adolf Hitler o Josef Stalin, no encontrara una auténtica, masiva y poderosa resistencia de un pueblo que no sólo se doblegó y se puso de rodillas, sino que lo ovacionó, lo veneró, lo santificó y lo elevó a las altares del heroísmo y al santuario de la historia de Cuba, de América Latina, del hemisferio y posiblemente del planeta.
Lo aterrador ha sido el ominoso y humillante silencio con que el pueblo cubano se rindiera a los pies de la barbarie sin decir esta boca es mía. Así la brutal represión policiaca del Estado totalitario coartara toda expresión de disidencia y castigara incluso con la muerte a quien osara levantar la voz. Como ominosa ha sido la comparsa de complicidad, de alcahuetería y connivencia con que las élites políticas, intelectuales y empresariales del Hemisferio le rindieran pleitesía al tirano.
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"El estilo es el hombre" – afirmó Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, el enciclopedista francés. Y así suene desconsiderado con un pueblo que puede preciarse de no pocos logros en el mundo de las letras y las artes, si bien su reconocimiento universal corre a cargo de la guaracha, la rumba y el danzón, lo cierto es que el lenguaje popular cubano ha acuñado un término que debe ser seriamente considerado por especialistas en antropología cultural como espejo de conciencias. Y que se me perdone la desconsideración, pero a fin de dar con el meollo de mi argumentación me veo en la obligación de mencionarlo: "comer m...".
Ninguna definición puede explicar de manera más cabal el ominoso sometimiento del pueblo cubano que no quiso, no pudo o no tuvo los medios como para enfrentarse a la tiranía salvo, precisamente, la que expresa esa capacidad sobrenatural de los cubanos para tolerar lo intolerable, hacerse cómplices de lo repudiable, compartir lo execrable y llevar a cabo la sistemática demolición de lo mejor de su propia historia, de su propia sociedad y de su propia cultura. Dando incluso su sangre en aventuras al servicio de la megalomanía inconmensurable de su Tótem, montado en las cumbres de la adoración sobre una montaña de cadáveres.
Ese es un capítulo digno de un análisis antropológico cultural, como aquellos de los que era capaz el más grande de los antropólogos cubanos, Fernando Ortiz. Pues sus determinaciones ontológico estructurales trascienden el ámbito estrictamente político para adentrarse en el laberinto de la pervertida alma de la afrocubanía. ¿Por qué un pueblo capaz de magníficas expresiones de integridad moral y sacrificios sin par, como aquellas de las que hiciera gala un cubano de inmensa grandeza, como Huber Matos, en la mejor tradición martiana, puede haberse rebajado a lamer las suelas de un personaje más cercano a la brujería, el caudillaje y la barbarie africanas como Fidel Castro, incólume en su homicida crueldad? Provoca establecer paralelos con la extraordinaria novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. Y Kurz, el personaje que se adentra en el corazón del Congo para instaurar su reinado de vasallaje, canibalismo y barbarie.
Capítulo aparte merece la connivencia de las élites políticas hemisféricas de toda suerte y condición con la tiranía castrista, sus usos, abusos y prácticas violatorias de los derechos humanos. A dicha connivencia se refirió en un extraordinario artículo la socióloga venezolana Elisabeth Burgos al definir el comportamiento de la dirigencia política latinoamericana como absolutamente obsecuente con la dictadura castrista, élite a la que caracterizó como "rehén del castrismo". De reformistas de izquierda a conservadores ultramontanos y de socialdemócratas a socialcristianos dichos "rehenes del castrismo" evaden toda mención crítica a la tiranía cubana y sus adláteres, pero se lanzan como perros de presa al ataque frente a dictaduras de derecha. Bien podrían ellas reivindicar el dictum originario, según dicen, de Roosevelt, quien al defender al impresentable dictador nicaragüense Anastasio Somoza habría dicho: "ciertamente es un hijo de p..., pero es 'nuestro' hijo de p...".
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El sátrapa venezolano impuesto por los Castro en el lecho mortuorio de Hugo Chávez pasará a la historia por haber protagonizado el capítulo más ominoso, patético y lamentable de nuestra historia contemporánea: sirviendo servilmente a la tiranía cubana y sintiéndose guapo y apoyado por el averiado portaviones castrista creyó que el destino le enviaba un salvavidas en el último minuto, estando a punto de naufragio para que se aferrara al tablón del antiimperialismo yanqui. Se habrá dicho: si Fidel aguantó medio siglo aferrado a la boya del antiimperialismo, yo, que estoy haciendo aguas hasta por las orejas, seguiré sus pasos. Llamaré a Raúl, le pediré algunos consejos de cómo darle en la mera madre a los yanquis, me pondré en contacto inmediato con mis colectivos, sacaré a mis huestes a la calle, pondré a bramar a Caracas y de ese segundo aire viviré hasta diciembre del 2019.
Cuando el intento por movilizar a sus masas de respaldo capotaba estrepitosamente y un puñado de funcionarios públicos iban a pasar lista a la Avenida Bolívar, para salir de inmediato a vaciar los negocios circundantes donde se rumoreaba que había leche en polvo y harina pan, el personaje político más desprestigiado del país hacía acto de presencia en la desangelada tarima: José Vicente Rangel, símbolo del antiimperialismo norteamericano. Abundan los libros en donde se cuenta de su mal habida fortuna, sus carros de lujo, sus mansiones y sus cuentas bancarias en Los Estados Unidos.
Pero nada de toda esa farsa de mala muerte hacía presumir que, desde hacía meses, si no años, Obama y Raúl Castro afinaban los últimos detalles para ponerle fin a la estúpida comedia del odio recíproco alimentado por el satánico Fidel Castro para aguantarse en el macho hundiendo a la Isla en la más abyecta de las cloacas de su historia. Una cloaca con epidemia de ceguera, miles de balseros devorados por tiburones, hambre al por mayor, presos untados en excremento, miles de guerrilleros asesinados en el continente y ese mismo tiempo de tiranía perdido por generaciones y generaciones de latinoamericanos. Una historia de penurias, fracasos y desgracias.
A la vejez, viruela. Cuando Cuba colgaba de los mocos de ese par de decrépitos ancianos y necesitaba con urgencia sacar la cabeza del pestilente pantano de la miseria y el hambre en que la hundiera el fin del financiamiento de la Unión Soviética y pedirle auxilio con urgencia a los Estados Unidos, un verborreico y delirante llanero venezolano – de esos lenguaraces y funambulescos que plagan la historia del folklore venezolano – vino a tirarles la soga del petróleo y a mantenerlos a flote. Hasta que, extraviado, terminó muerto en brazos de nadie. Que ni Fidel ni Raúl son compasivos como para calarse a un moribundo que se llevaba consigo la clave de la riqueza: su lengua.
Muy pocos entendieron que la muerte de Chávez anunciaba responsos para la agónica revolución cubana. Pues el sujeto que él y sus padrastros pusieron en su lugar no daba la talla. Hundiría en la ruina al país más rico de la región, dependería de las instrucciones habaneras hasta para ir a desaguarse a las letrinas de PDVSA y muy pronto se desmoronaría como cuenta la leyenda judía que se desmoronó el Golem, un siervo hecho de barro que al volverse arena aplastó a los estúpidos que lo habían amasado.
Muerto Chávez, su vacío llenado con ese fantasmón torpe e inútil que duerme en Miraflores, el petróleo por los suelos y el hambre en los talones, los Castro hicieron lo que buscaban desesperadamente: entenderse con los demócratas antes que llegaran los republicanos y arriar sus banderas. Por fin se rindieron. Y mandaron al hemipléjico de bigotes a los quintos infiernos. Más no se puede pedir. Ahora, la tarea es nuestra. Terminar de aventarlo de una buenas vez y volver a ser la República que un día fuéramos. Gracias Obama, Bye bye, Raúl. Nos vemos en democracia.
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