Hay una rebelión en curso en este momento en Venezuela. A pesar del deseo de Maduro. En contra del sentir de Diosdado; Para desdicha de Tibisay; Con disgusto de Padrino López; Y para mortificación de Jorge Rodríguez. Es una rebelión que noche tras noche sale por las calles a conspirar. Se reúne en cada esquina de los barrios y pueblos de este país. Se transmite a cualquier hora por mensaje de celular. Se discute pausadamente en los comedores de las casas. Esta rebelión ya está en marcha: indetenible, anhelante, silenciosa. Es una rebelión que a veces brota y casi parece va a ser descubierta, pero rápidamente se esconde para seguir acumulando fuerza.
Esta rebelión tiene múltiples rostros y ninguno en particular. Es anónima pero todos la conocemos. Su conspiración transita a nuestro lado, le damos los buenos días y le sonreímos. Pasa al frente del gobierno, está dentro del gobierno e, increíblemente, forma parte del propio gobierno. Su propaganda oculta se mueve en la prensa, en la radio, en la televisión. Internet es su fiel aliado. Pero es en las redes sociales en donde su presencia es más efectiva, más prolífica. Allí se recluta, allí se organiza, se coordina y comanda a sus seguidores. Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp. Ningún espacio se desperdicia.
No hay día que no escuche o lea algo de ella. Es imposible. Su omnipresencia es tan evidente que a veces me resulta ensordecedor el ruido de su marcha. En la mañana, al mediodía, en la tarde, al dormir. A toda y en todo espacio tengo noticias de ella. Es inevitable. Cuando creo que no volveré a saber de ella, me encuentro a algún partícipe de la misma detrás de mí en la cola del banco, en alguna oficina pública, en el kiosco de la esquina, al finalizar la clase.
Así como los profetas de la antigüedad, quienes no sabían que eran profetas pero igual profetizaban, así la rebelión venezolana no sabe que es rebelde pero igual se rebela. Esta rebelión en su falta de docilidad hace temblar al gobierno. El régimen sí sabe muy bien de ella, pero es impotente ante la misma. No puede sofocarla. No hay armas, ni dádivas, ni ruegos, ni amenazas que la disminuya u opaque. La rebelión es insobornable, es noble, es sincera.
Esta rebelión tiene rostro de mujer. De madres y abuelas, de esposas e hijas. La rebelión suma fuerzas en las oscuras noches a las afueras de un establecimiento, mientras las mujeres hacen la cola esperando saber qué productos trae el amanecer. Se nutre en cada conversación de madres esperando que sus hijos salgan de la escuela, mientras hablan escandalizadas del costo de la vida. Crece incesante con cada mensaje de texto que se pasa una mujer a otra, diciendo dónde hay leche, o pan, o azúcar. Eleva su grito de furia cuando cada esposa, o cada hija, o cada hermana, habla de conseguir jabón o cualquier otra minucia en la bodega de…, en el negocio de…, en la tienda de…
Hace años, por allá en los noventa, le escuché a un viejo comunista decir que la Unión Soviética cayó cuando perdió el apoyo de las madres y las abuelas. ¿Qué quería significar aquel camarada con eso? Al parecer, la historia se repite en Venezuela. Hoy día, la autodenominada "revolución" perdió el apoyo de esas madres y abuelas. Cada vez que una madre llora por un hijo despedido en el aeropuerto o en el cementerio, cada vez que una mujer es humillada por un "milico" en alguna fila de comida, cada vez que una esposa no tiene suficiente dinero para llegar a fin de mes, cada vez que una hermana no puede adquirir un producto básico, la rebelión se agiganta.
¡Cuán grande se ha vuelto esta rebelión! Ahora mismo un gobernador chavista muestra su baja estatura moral al acusar de bachaqueras a unas humildes mujeres cuyo único pecado es buscar comida para no dejar morir de hambre a sus hijos y esposos en la frontera colombiana. Un ministro del régimen insulta a otro grupo de mujeres que piden, no la libertad para sus esposos y novios presos, sino simplemente que las dejen visitarlos en paz. Un Alcalde gobiernero conmina al silencio a las mujeres que quieren saber cuándo llegará la comida. Todas estas acciones son muestras de que la rebelión ya se está haciendo pública; ya no aguanta su propio silencio; ya quiere parir el fruto de su dolor, de su humillación, de su desesperación.
Las mujeres, siempre las mujeres. ¿Por qué no hacen silencio y se quedan tranquilas en sus casas? ¿Por qué ese empeño en llevar la contraria? ¿Hasta cuándo el fastidio de sus quejas? ¿Quién las manda, que siempre que se juntan para conspirar? Esas son las ridículas preguntas de los mandos militares cuando ven a las venezolanas exigiendo sus derechos o, simplemente, ser oídas en su dolor. Pero el tiempo de las respuestas para estas mujeres ya pasó, sólo queda para ellas el hastío y la rebelión.
Ya basta, dijo ella. Ya basta, dijo la madre. Ya basta, dijo la esposa. Ya basta, dijo la hermana, y la abuela, y la hija, y la vecina, y la amiga, y la mujer, y las mujeres. Cuando pienso en esta rebelión y en su pasado, no puedo dejar de esbozar una sonrisa. Hace cinco años ni se sabía de ella. Era subterránea. Ahora esta rebelión es general, está en marcha y no quiere volver atrás en su objetivo. Es obvio, la rebelión está en manos de las mujeres.
Nicolás, en medio de la hipócrita algazara de tus adláteres, ¿no oyes la rebelión silenciosa que comandan las mujeres? Ya decían los viejos que no conocen los cielos mayor furia que la de una mujer desesperada.
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